Octubre de 1811. Las tropas regulares del ejército del norte han quedado reducidas a la división de Eustaquio Díaz Vélez.
Hambrientos, sin ropas ni municiones, los soldados llegan a Tupiza. Apenas si cuentan con el auxilio de las milicias montadas de Güemes, que han protegido a Pueyrredón a través de su marcha por Orán, llevando el tesoro de Potosí.
El gobierno acepta la reiterada renuncia presentada por Pueyrredón, reemplazándolo por Manuel Belgrano. Ambos se encuentran en Yatasto, el 26 de Marzo, donde este último asume el mando.
Informado de la desmoralización que en parte ha invadido a los oficiales, Belgrano prefiere hablarles en privado y los recibe de pie, en su tienda de campaña:
-Señores, tenemos una larga campaña por delante y deseo contar con la colaboración de todos ustedes. El que no tenga bastante fortaleza de espíritu para soportar con energía los trabajos que le esperan, puede pedir su licencia.
-Señores - prosigue Belgrano-, se me ha informado de cierto desasosiego en este ejército. Sin embargo, atribuyo la deserción y el desaliento de la tropa más a la clase de oficiales que a los mismos soldados, pues éstos como cuerpos inertes se mueven a impulso de aquellas palancas. Parece que algunos se deleitasen en decir a cuantos ven, que apenas habrá 200 fusiles en el ejército. Esto que habrían de reservarse lo propalan, y sin conseguir remedio sólo se causa desaliento entre estos habitantes que parecen de nieve respecto a esta empresa.
Pero Belgrano debe enfrentar también otros problemas. Sus 1.500 hombres están desprovistos de armas, medicamentos y vestuarios. La infantería sólo cuenta con 580 fusiles y 215 bayonetas; la caballería, con 21 carabinas y 34 pistolas; la artillería, con un cañón de regular potencia y otro de montaña; el parque, con 34.000 cartuchos de fusil. El general en jefe envía oficio tras oficio al gobierno que promete mandar las bayonetas “en la primera oportunidad”. En otra comunicación, Belgrano apunta: "Los oficiales no tienen ni espada", y recibe esa respuesta: “El Estado no tiene en el día ni espada ni sable disponible, ni tampoco dónde comprarla”. Mientras aguarda el envío de estos auxilios indispensables, Belgrano se ocupa en disciplinar y dar una nueva organización al ejército.
A mediados de julio de 1812, Belgrano es informado de que los realistas acaban de reforzar sus efectivos apostados en Suipacha a las órdenes de Pío Tristán.
Convoca entonces a todos los ciudadanos entre 16 y 35 años y forma un cuerpo de caballería -los “Patriotas Decididos" -, que pone a las órdenes de Díaz Vélez. El ejército patriota no está en condiciones de resistir y la retirada se hace indispensable. Por su parte el Triunvirato le ordena replegarse urgentemente hasta Córdoba.
El 29 de Julio, Belgrano dicta un bando disponiendo la retirada ante el avance de los enemigos “que son llamarlos por los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud”. En consecuencia, al retirarse el ejército sólo quedará tierra arrasada delante del enemigo, que no deberá encontrar casa, alimentos, animales de transporte, objeto de hierro, efectos mercantiles ni, desde luego, gente.
Durante su marcha a Tucumán ha recibido Belgrano una nueva y perentoria orden del Triunvirato para que se retire sobre Córdoba definitivamente, dejando en consecuencia libradas a su propia suerte las provincias del noroeste. Pero el general contesta que está decidido a presentar batalla porque lo estima indispensable. Por eso mismo, se encarga de incitar al pueblo tucumano para obtener su apoyo
El gobierno insiste, en sus oficios a Belgrano, en que éste debe retirarse hasta Córdoba, pero el jefe patriota está resuelto a desobedecer la orden, quedándose en Tucumán. Se ha dado cuenta del valor estratégico de este punto. Así, entre el 13 y el 24 de Septiembre, Belgrano se multiplica para organizar la defensa. Con el ejército de Tristán a la vista, escribe el 24: "Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor.".
El día anterior el ejército ha salido de la ciudad a la que regresa por la noche. Pero a la madrugada del 24 inicia los movimientos para ocupar la posicion de la víspera. El encuentro no tarda en producirse. Los patriotas atacan casi de sorpresa, pero Tristán alcanza a desmontar su artillería y formar su línea de combate.
La carga de caballería gaucha, a los gritos y haciendo sonar sus guardamontes, desconcierta y quiebra la izquierda de los realistas, mientras en el otro flanco - donde está Belgrano - los patriotas son arrollados. La lucha se desarrolla en medio de un tremendo desorden, aumentado por la oscuridad provocada por una inmensa manga de langostas y la caballería de ambos ejércitos combate en entreveros furiosos. Díaz Vélez y Dorrego encuentran abandonado el parque de Tristán con treinta y nueve carretas cargadas de armas y municiones, y junto con los prisioneros que toman y los cañones que pueden arrastrar, corren a encerrarse en la, ciudad. La confusión es tal que, cuando Belgrano intenta un movimiento, se cruza con el coronel Moldes, quien le pregunta:
- ¿Dónde va usted, mi general?
- A buscar la gente de la izquierda, Moldes.
- Pero estamos cortados, mi General.
- Entonces, vayamos en procura de la caballería.
Cuando Paz se encuentra con ellos, se halla Belgrano acompañado por Moldes, sus ayudantes y algunos pocos hombres más. Ni el general ni sus compañeros saben el éxito de la acción e ignoran si la plaza ha sido tomada por el enemigo o sí se conserva en manos de los patriotas. A la noticia de la aparición del general, empiezan a reunirse muchos de los innumerables dispersos de caballería que cubren el campo. A uno de los primeros en aparecer pregunta el general:
- ¿Qué hay? ¿Qué sabe usted de la plaza?
- Nosotros hemos vencido al enemigo que hemos tenido al frente.
Pocos momentos después, se presenta Balcarce con algunos oficiales Y veinte hombres de tropa, gritando ¡Viva la Patria!, y manifestando la más grande alegría por la victoria conseguida. Se aproxima a felicitar al general Belgrano, quien a su vez le pregunta:
- Pero, ¿qué hay? ¿En qué se funda usted para proclamar la victoria?
- Nosotros hemos triunfado del enemigo que teníamos al frente, y juzgo que en todas partes habrá sucedido lo mismo: queda ese campo cubierto de cadáveres y despojos.
Hasta ese momento nada se sabe de la infantería, ni de la plaza. Al atardecer se entera Belgrano de la suerte corrida por el resto del ejército.
Mientras tanto, Tristán consigue reorganizar a los suyos. Se encuentra dueño del campo de batalla que ha sido abandonado por los patriotas, pero ha perdido el parque y la mayor parte de los cañones. Se dirige entonces a la ciudad e intima rendición a Díaz Vélez con la amenaza de incendiaria. Se le responde que, en tal caso, se degollarán los prisioneros, entre los cuales figuran cuatro coroneles. Durante toda la noche permanece Tristán junto a la ciudad, sin atreverse a cumplir su amenaza.
El 25 por la mañana encuentra que Belgrano, con alguna tropa, está a retaguardia. Su situación es comprometida. Belgrano le intima rendición “en nombre de la fraternidad americana”. Sin aceptarla y sin combatir,
Tristán se retira lentamente esa misma noche por el camino de Salta, dejando 453 muertos, 687 prisioneros, 13 cañones, 358 fusiles y todo el parque, compuesto de 39 carretas con 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña. Sus pérdidas de armas dejan al ejército patriota provisto para toda la campaña. Las bajas patrióticas, por otra parte, son escasas: 65 muertos y 187 heridos. Belgrano, esperando la rendición de Trsitán, no lo persigue y sólo encomienda a Diaz Vélez que "pique su retaguardia" con 600 hombres.
De la batalla de Tucumán ha dicho el historiador Vicente Fidel López que fue “la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino”. Y eso es, para él, “lo que la hace digna de ser estudiada con esmero por los oficiales aplicados a penetrar en las combinaciones con que cada país puede y debe contribuir de lo propio a la resolución de los problemas de la guerra”. Sobre su trascendencia, Mitre a su vez ha expresado acertadamente: “Lo que hace más gloriosa esta batalla fue no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. En Tucumán salvóse no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retira (o si no se gana la batalla), las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina”.